1/12/10

El urrikirchnerismo

Entre las críticas que se le hacen al gobernador Sergio Urribarri, tal vez la más feroz tiene que ver con su alineamiento incondicional con la presidenta Cristina Fernández. En tal sentido, se le ha negado incluso su condición de mandatario elegido por los votos de los entrerrianos, tratándolo indiscriminadamente de enviado, mandadero, delegado y otros calificativos descalificativos -valga el oxímoron-. Se ha sugerido que no defiende a su provincia sino que sólo se ocupa de hacer lo que le mandan desde el poder central, a cambio de obra pública y favores económicos y políticos. La consecuencia de tal cadena de afirmaciones pretende que no se lo debería apoyar precisamente por eso, por no ser un gobernador, sino sólo un empleado de la Presidenta, o hasta hace poco, “de los Kirchner”.

A mi me gustaría comenzar por el final de esta afirmación y habilitar la posibilidad de pensarla de otra manera. Mi tesis sería la siguiente: si algo hace interesante apoyar a este gobernador, es decir, su reelección, es su alineamiento incondicional con la Casa Rosada.

Paso a explicar por qué. Luego de ser intendente de General Campos, de lo que tal vez preferiría no acordarse, lo cierto es que a la primera de la política provincial Urribarri llegó de la mano de Jorge Busti. Primero como diputado y luego como ministro de Gobierno, participó de las principales acciones de la última etapa de la carrera ejecutiva del ex gobernador, que fue muy extensa (¿fue?). Aprendió de él probablemente las mejores y peores mañas para manejarse en la más compleja escuela de política que existe en este país, que es el peronismo. Y accedió al primer lugar como su “continuidad positiva”. No haré ninguna consideración sobre si configurar rancho aparte luego de asumir como gobernador fue o no una traición. Sabrán ellos cuanto de personal y cuanto de político tiene su ventilada disputa.

Una vez asumido, Urribarri tomó clara posición con respecto a la Casa Rosada, en momentos en que todavía el mismo Busti, sin declararse kirchnerista, hablaba bien del Gobierno Nacional, cuyas principales figuras nunca lo quisieron a él. Pero los días de prueba para el actual mandatario llegarían durante el conflicto con las patronales agropecuarias. Y allí Urribarri no dudó un instante en sentarse a la derecha de Cristina Fernández prácticamente del primero al último de los seis discursos pronunciados por la Presidenta, cuando estos, pese a su verba, cotizaban en baja. Fueron tiempos difíciles, y Urribarri estuvo donde consideró que tenía que estar; dudosamente alguien afirmaría que para tal decisión consultó una encuesta. Tal vez Busti también estuvo donde tenía que estar. Y su lugar estaba del otro lado del salto que finalmente dio, para ubicarse en el llamado luego, con carácter retrospectivo, Peronismo Federal. Aunque acentuando la retrospectividad podríamos denominarlo, sin demasiado temor a equivocarnos, menemismo residual.

Gracias a ese alineamiento, Entre Ríos es hoy una de las provincias más favorecidas en la planificación de obras públicas y en la asignación de fondos. Se han proyectado inversiones como hacía décadas no sucedía, se ha logrado refinanciamiento para las deudas provinciales, prácticamente a diario se inaugura alguna obra de mayor o menor magnitud y se habla ya, incluso, de planificar una provincia como un polo agroindustrial, algo impensable hasta hace nada. Todo esto, pese a la fea trastabillada con “el campo”. Hay quienes consideran, no obstante, que el alineamiento gubernamental no dio los resultados que debería y mencionan por ejemplo en el debe las retenciones que “se llevan” y no devuelven a la provincia. Tema complejo y tramposo para discutir a los gritos desde micrófonos que todo lo amplifican, especialmente en tiempos electorales. Pero también están quienes critican tal alineamiento como falta de ética, ignorando deliberadamente o no que la política es, también, juego de intereses. Y en este caso, los de la provincia han resultado claramente favorecidos. En tal sentido, podríamos decir que en el marco de la recuperación económica general del país, esta vez a Entre Ríos le ha tocado estar entre las primeras. ¿Y por qué? ¿No será por la mencionada decisión política de su gobernador?

Ahora bien, no todas son rosas. Hay falta de gestión en muchos lugares de la administración provincial. Uno de los más evidentes continúa siendo el de la salud, lo que no se soluciona sólo construyendo hospitales sino sobre todo gestionando el día a día de otra manera. Hasta ahora, pese a los esfuerzos, el Hospital San Martín, por ejemplo, para no salir de la capital, deja todavía bastante que desear. Algo similar sucede, a veces con desparpajo, en el paquidérmico Consejo de Educación, al que no ha habido presidente en los últimos años capaz de domarlo. En ambos ejemplos citados, los problemas vienen de larga data, con empleados honestos y eficientes mezclados con grupos que todos adentro conocen, conformados a lo largo de las gestiones, que, no casualmente, suelen ser quienes manejan los hilos de lo cotidiano. Pero, además, los sueldos de los trabajadores estatales están atrasados, muy atrasados, y la relación del Gobierno con los docentes es mala. La obra pública no llega a compensar los atrasos edilicios en las escuelas, que vienen de largos años, y en los comedores escolares se sigue haciendo magia para tratar de dar de comer dignamente con flujos dinerarios que son lo más parecido a un hilo dental. Hay en este intríngulis dos polos de responsabilidad: un Gobierno poco dispuesto a escuchar y un gremio mayoritario, el que decide hasta donde sube la temperatura, que juega permanentemente a que en cualquier momento se atrinchera en la Sierra Maestra. Difícil.

Pero existe además, en lo político, lo que ahora se ha vuelto a considerar bajo el paraguas de las contradicciones secundarias de cualquier proyecto político (aunque a Tardelli no le guste). En una situación de marcada paridad -según la mayoría de las encuestas que manejan oficialismo y oposición- entre la reelección de Urribarri, la vuelta de Busti y el posible estreno de Benedetti con un radicalismo que trata de recomponerse, el gobernador hace su juego, que consiste, sin ninguna sorpresa para nadie, en lograr que la mayor cantidad de dirigentes peronistas se pasen a su sector. Eso implica que algunos de los que se pasan resulten ya poco menos que impresentables para el común de la sociedad y para buena parte del propio peronismo; pero esto es así, dicen en el oficialismo con pragmatismo también peronista: a los votos hay que juntarlos. Y aunque muchos de ellos no traigan consigo necesariamente grandes bolsas con sufragios, su pase significa golpear al adversario, y eso tiene un valor simbólico intrapartidario que en estos momentos cotiza.

Cuando Kirchner asumió con el veintidós por ciento de los votos, muchos consideraban que no tendría poder para nada. Una de las estrategias para lograr la formidable performance que finalmente logró no fue tirar todos los días un viejo por la ventana. Por el contrario, fue muy criticado por acordar, por ejemplo, con los “barones del conurbano”, a cuyo jefe Cristina Fernández llamó “El Padrino” sólo después de haber intercambiado con ellos las figuritas que le permitieron arrasar en la provincia de Buenos Aires en 2007. Más cerca en el tiempo, también el progresismo bien pensante criticó a Kirchner cuando, fracasada la transversalidad, se refugió en el Partido Justicialista. Muchos de esos progres consideran hoy a Kirchner el mejor presidente de los últimos cincuenta años. Qué difícil es la política.


Ahora bien, esto podría ser entendible para quien intenta comprender los vaivenes de la disputa, pero, ¿cómo lo ve el ciudadano medio, si es que existe tal construcción sociológica? ¿No podríamos estar a las puertas de un neobustismo sin Busti? El único reaseguro contra esto, perdón, es el kirchnerismo. Si algo está convocando hoy a multitudes de jóvenes que vuelven a creer en la política no es el urribarrismo, tampoco el bustismo. Nobleza obliga, algo insinúan los jóvenes del radicalismo y el PRO, aunque con una orfandad que casi provoca ternura. Quien convoca no sólo masivamente sino, sobre todo, desde la disputa del sentido, es el kirchnerismo. Si estos jóvenes conformarán lo que desde hace tanto tiempo se pregona como la nueva política, está por verse, pero que si no lo hacen seguirán quienes están, qué duda cabe. ¿Y eso es bueno o es malo?

No es bueno comparar cosas que no son comparables ni generalizar situaciones dadas en lugares y tiempos particulares. Hecha la aclaración, arriesgo la pregunta: ¿Cuánto de distinto tiene el urribarrismo del bustismo si le sacamos el kirchnerismo? Arriesgando un poco más, suponiendo que el gobernador obtuviera su reelección, ¿se investigaría para el lado de los perdedores, llegado el caso? ¿Se intentaría desarticular a las corporaciones que cooptan buena parte de la administración pública, de la Justicia, de la Policía, con personajes en plena actividad, algunos de ellos activos desde la dictadura, muchos aportados por gestiones democráticas? ¿Garantiza Urribarri algo o todo eso? ¿Lo garantiza el kirchnerismo? En mi modesta opinión, sólo en la medida en que tome protagonismo una dirigencia nueva, surgida del campo popular, figura todavía incipiente, pero que se dibuja con trazo cada vez más firme. Y ahora sí, de los tres actores políticos mencionados, es innegable que el kirchnerismo es quien convoca más activamente la participación de esos nuevos dirigentes que piden pista. El Consejo de Políticas Públicas de Juventud, puesto en marcha recientemente es una consecuencia de ello, capitalizada, encauzada si se prefiere, por el urribarrismo, lo que no significa que haya sido su motor eficiente. Unos días después de la muerte de Kirchner, en un acto en su homenaje ante los principales dirigentes del palo, en Villaguay, el gobernador pronunció una frase inédita en la política entrerriana, por lo menos de las últimas décadas: “Abrir las puertas a los jóvenes, aunque eso nos lleve puestos a nosotros”. ¿Será? Entre quienes lo escuchaban no abundaban los kirchneristas de la primera hora, casi no abundaban kirchneristas pese a las declaraciones sentidas que por la muerte del ex presidente se daban a la prensa. La razón es sencilla: porque en la provincia, el kirchnerismo está todavía por hacerse. Lo que tenemos es un gobernador proveniente del bustismo, jugado con un proyecto nacional de gobierno del que forma parte, porque si los gobernadores necesitan de la Presidenta, también ésta necesita de los gobernadores. No es poco. Lo que sí es poco es el número de dirigentes que integrando una estructura de gobierno o partidaria, hasta ayer nomás, se dijera kirchnerista sin ponerse los dedos en los labios para que se escuchara poquito. Y los que sí lo hacían no ostentan tales lugares. Hay para ello las razones ya expuestas y también otras históricas, más profundas. Una vieja arpía lo decía hace unos años: “Se viene el zurdaje…”. Ella nunca fue peronista, pero sí más arpía de lo que parece. Lo cierto es que, hacia abajo, si llega a ser, el proyecto nac & pop necesita de nueva dirigencia, lo que no sería un sapo fácil de tragar para varios de quienes aplaudían al gobernador en la plaza de Villaguay. Aunque, a las puertas de un año electoral, está aún por verse qué sector deberá digerir más batracios.



José Luis Ferrando - Periodista