10/11/10

Son los gorilas…

“Me puse contento cuando derrocaron a Perón, pero salí a la calle y vi a los pobres tristes. Y comprendí que en algo me había equivocado”, dicen que dijo Sábato alguna vez. Es el mismo Sábato que reivindicaba al “pueblo peronista”, separándolo de su líder, a quien odiaba profundamente. Algo así como “seamos realistas, pidamos lo imposible”, pero en su peor versión: pidamos lo imposible para que la realidad nos confirme que es imposible, y así poder seguir oponiéndonos sin cargos de conciencia. Tomar la parte “buena” de la realidad y ubicar allí mi bella alma, desde donde poder contemplar a la chusma, en esencia buena, pero equivocada, que sigue a líderes corruptos.

El vaso está hoy más lleno que vacío, ¿por qué comenzar entonces por la parte vacía? La actriz Florencia Peña dijo algo que ningún intelectual resumió tan bien: lo querían muerto políticamente, ahora está más vivo que nunca. No hace falta aclarar de quién hablaba. Un mito es un habla elegida por la historia, escribió Roland Barthes. ¿Y por qué no?.

Las razones del gorila son siempre inconfesables. Son la marca de identidad del gorila, que, perdón Mordisquito, no es sólo un antiperonista. Uno podrá esforzarse en expresarle razones, pero ese no es el campo de discusión del gorila. Su ámbito es el deseo. Por eso en cualquier disputa se está condenado de antemano. Sus análisis sobre un gobierno popular son siempre lapidarios: “estos no llegan a fin de año”, dicen, tirándose hacia atrás con mueca imperturbable. Sus opiniones no son puntos de vista, son sentencias. Siempre deseo, oculto en gestualidad grandilocuente.

Temen. Un gorila no podrá aceptar jamás la discusión abierta con quien no considera a su nivel. Su problema no es la dialéctica, sino conservar su lugar en la sociedad. O, mejor dicho, su miedo a perderlo. No cree que eso valga la pena, no cree en proyectos colectivos con esa gente que, sospecha, lo traicionará tarde o temprano; mucho menos en la perorata de las contradicciones principales y secundarias. Para él, la realidad es un bloque compacto, ahistórico, potente, en el que se está adentro o afuera. El mundo es sustancia, no relación. No entiende ni quiere entender qué pasa por la cabeza de un obrero, de un pobre, de un humillado que se cuestiona ser humillado. No cree que su padre no tenga razón, aún si lo humillara, aún después de muerto. No hubiera podido negarse a que su hijo se llame como su abuelo. Nombrar es un poder que le fue concedido sólo parcialmente. No pudo hacerlo, no puede; no lo jodan, pobre tipo. No cree, teme. Y su fatalismo, y el de sus amigos, es su mejor refugio: “este país no cambia más”.

No confundir gorila con clase media. Estamento sociológico complejo, fluctuante y contradictorio que conformó su identidad de clase como contraposición a la irrupción de las clases populares y que en afán de diferenciación comenzó a autodenominarse clase media, con la mal disimulada intención de parecerse al bacán de la clase alta, la tradicional, la que viajaba a Europa. La clase media es la que puede participar de las peores expresiones del gorilismo, la que no se plantea la historicidad de sus derechos adquiridos en la cuna, la que mira con desprecio al pobre, pero también la que es capaz de generar en tiempo record los cuadros que obren el milagro de los Derechos Humanos, de la recuperación de la democracia después de la dictadura más feroz, la de la construcción, sobre ruinas, de una nueva identidad como Nación. En definitiva, muchas cosas, pero siempre el territorio de la disputa por el sentido. Para más datos, Jauretche. Que, por suerte, vuelve a estar de moda.

El núcleo duro gorila, no nos engañemos, en su mejor momento nunca superó el 15 por ciento de los votos. El resto es boca de ganso, mezcla de conservador maltratado y lumpenmenemismo residual; y los medios. Los medios, claro. Pero están en el sentido común, en la capilaridad de los discursos cotidianos. En ese que no se considera provocador por decir a bocajarro que estamos en una dictadura y que sí considera una provocación que alguien se asuma kirchnerista, o tan solo militante; el que pretende que escribir KK en un comentario Web constituye algún ejercicio de la ironía, (¿el que escribe todo con mayúsculas también?); el que al leer este comentario opinará sobre su autor antes que sobre lo que dijo. Sencillo funciona el sentido común, el menos común de los sentidos.

En El otro rostro del peronismo, en 1956, Sabato –el que luego denunció torturas a obreros peronistas, pero luego comió con Videla, pero luego integró la Conadep -, Sabato el longevo, sostiene que "el motor de la historia es el resentimiento que, en el caso argentino, se acumula desde el indio, el gaucho, el gringo, el inmigrante y el trabajador moderno, hasta conformar el germen del peronista, el principal resentido y olvidado". Sabato es polémico, contradictorio, genial y antiperonista. Las razones del gorila medio argentino son inconfesables, berretas y, cada tanto, asesinas.

¿Y los gorilas progres..? Eso da para otro comentario.

José Luis Ferrando.